La Razón para Todo

Por David Feddes


Varios científicos están investigando ansiosamente la gran teoría del todo. Esta teoría es el objetivo final de su investigación y de su pensamiento profundo. ¿Por qué desean tanto una teoría? Bueno, ellos quieren una Teoría del Todo. Quieren una teoría que haga más que explicar varios patrones de biología, química y física. Quieren una Teoría del Todo dominante que explique el origen del universo, el poder que lo mantiene en marcha y el objetivo de todo.

Hasta el momento no cuentan con tal teoría. La ciencia ha encontrado algunos patrones y ecuaciones sobre cómo funcionan ciertas cosas, pero no tienen ninguna explicación acerca de dónde provienen estos patrones o por qué algo existe en primer lugar. El renombrado físico Stephen Hawking pregunta: "¿Qué es lo que respira fuego en las ecuaciones y crea un universo para que éstas lo describan? El enfoque habitual de la ciencia sobre construir un modelo matemático no puede responder a las preguntas de por qué debería haber un universo que describa el modelo. ¿Por qué el universo se toma la molestia de existir?"

Hawking anhela "una teoría completa... de por qué existimos nosotros y el universo. Si encontramos la respuesta a ello, sería el triunfo definitivo de la razón humana--para entonces conoceríamos la mente de Dios." Hawking tiene razón al querer saber por qué existimos nosotros y el universo, y tiene razón al sugerir que de alguna manera esto está conectado con la mente de Dios. Pero está equivocado si espera encontrar la respuesta en un triunfo de la razón humana sin revelación divina. La manera de conocer la mente de Dios no es idear nuestras propias teorías y luego afirmar conocer la mente de Dios, sino más bien escuchar lo que Dios mismo ha dicho.

¿Alguna vez Dios ha declarado su razón para crear el universo y para hacer las cosas de la manera en que las hace? ¿Él ha identificado algo como la razón de todo lo demás? De hecho, sí. En la Biblia, Dios dice que la razón de todo es la propia gloria de Dios. ¿Cuál es el motivo de los cielos y de las estrellas? El Salmo 19:1 dice: "Los cielos cuentan la gloria de Dios" (Salmos 19:1). ¿Cuál es la razón del trueno y la lluvia, de los burros y las cigüeñas, de la hierba y los árboles, del pan y el vino, de los ríos y las montañas, de los leones y los humanos? El salmo 104 describe todas estas cosas y luego dice: "Sea la gloria de Jehová para siempre; alégrese Jehová en sus obras" (104:31). ¿Cuál es la razón por la cual Dios venció al faraón y rescató a los israelitas de la esclavitud de Egipto? Dios dijo: "seré glorificado" (Éxodo 14:4). En todo lo que Dios hace, está estampado este lema: "Por mí, por amor de mí mismo lo haré... mi honra no la daré a otro" (Isaías 48:11). Durante el nacimiento de Jesús los ángeles cantaron, "Gloria a Dios en las alturas" (Lucas 2:14). Cuando Jesús hizo su primer milagro, dice la Biblia, "manifestó su gloria" (Juan 2:11). Poco antes de su muerte y su resurrección, Jesús dijo: "Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo" (Juan 13:32). Dios habla de sus hijos como aquellos a quienes "para gloria mía los he creado" (Isaías 43:7). Él le ordena a su pueblo, "Si hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Corintios 10:31). Dios dice que en la nueva creación, "Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria" (Isaías 60:19).

No hace falta ser un genio para notar un patrón aquí. En una cosa tras otra, Dios dice que la razón de ellas es su gloria. De hecho, la gloria de Dios es la razón de todo.


¿Dios es Egocéntrico?

¿Pero no hay un problema aquí? Si Dios basa todo en su propia gloria, si él dice: "Por amor de mí mismo lo haré... a otro no daré mi gloria", ¿no se ve Dios como un egocéntrico presumido? Sí, a decir verdad, Dios es un egocéntrico presumido--¡y esto también es algo bueno! Dios tiene un egocentrismo absoluto, y él tiene toda la razón para ser de esa manera. A Dios le encanta presumir, y es bueno que lo haga.

Déjame explicarlo. Cuando Dios se centra en sí mismo y se valora a sí mismo por encima de todo lo demás, simplemente les está dando a las cosas su propio valor. Si tienes una mascota en tu casa, te puede gustar y la puedes valorar mucho, pero ¿no te consideras más valioso que tu mascota? Si tuvieras que decir a quién le pertenece el centro de tu hogar, ¿sería a ti o a tu mascota? Vale, vale, algunas mascotas son tan exigentes y algunos amantes de las mascotas son tan fanáticos que casi todo gira alrededor de las mascotas. Pero seamos sinceros, cualquier hogar donde la mascota y no la persona fuera central sería un caos. Ahora, si no está mal que pienses que vales más que una mascota, seguramente no está mal que Dios piense que vale más que cualquiera de nosotros. Eso es solo la realidad.

El hecho de que algo valga menos que otra cosa no significa que no valga nada; simplemente significa que las cosas de mayor valor se deben valorar más. El Señor valora cada gorrión, pero dice que un ser humano vale más que muchos gorriones (Mateo 10:31). Dios también dice que él mismo vale infinitamente más que todos los seres humanos combinados (Isaías 40:22).

Es malo que cualquiera de nosotros seamos egocéntricos por la simple razón de que no somos el centro del universo. Pero Dios es el centro, por lo que para él es perfectamente correcto ser egocéntrico. Está mal que los seres humanos pensemos que somos Dios, pero no está mal que Dios piense que él es Dios. ¡Eso es lo que es! Dios tiene razón para ser egocéntrico porque en él es en lo único que vale la pena centrarse.

Y eso nos lleva a otra razón por la cual es bueno que Dios sea egocéntrico: el efecto en los demás. Cuando somos egocéntricos y hacemos de nuestros propios deseos la razón de todo lo que hacemos, dañamos a otras personas. Pero cuando Dios es egocéntrico y persigue sus deseos, él desea que otros se centren en su gloria y saboreen su conocimiento, su santidad, su amor y su felicidad. El egocentrismo de Dios es bueno para los demás, porque él es la fuente de todo el bien de los demás.

Tú y yo podemos ser verdadera y permanentemente felices solo cuando Dios es central en nuestros pensamientos y supremo en nuestros afectos. Al hacer su propia gloria central, Dios está haciendo lo mejor para nosotros. Cuando nos centramos en Dios, podemos tener el mismo deleite en él que él tiene en sí mismo. Dios es grandemente glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en él, y nosotros estamos más satisfechos en él cuando él es mayormente glorificado en nosotros. Es un hecho inmutable que cuando Dios se deleita en el deleite que su pueblo tiene en él, se deleita en sí mismo, porque los creó con esa capacidad de deleite y él mismo es el objeto de su deleite. No es culpa de Dios que él sea el único ser infinitamente glorioso que existe y la única fuente de felicidad que satisface a los demás. Él es quien es, y no va a renunciar o a cambiar.

Otra razón más para que Dios sea egocéntrico es el hecho de que Dios es una Santísima Trinidad de tres Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidos en amor perfecto y unidos como un solo ser. Cuando Dios hace de su propia gloria la razón de todo, no es solo como un individuo solitario que ve por sí mismo, sino como una unión de tres Personas supremamente perfectas que se aman, se disfrutan y se celebran mutuamente. El Hijo glorifica al Padre, el Padre glorifica al Hijo, y el Espíritu glorifica a ambos y él es glorificado en ambos. Si una persona de la Santísima Trinidad no valorara la gloria de Dios por encima de todas las cosas, sería un error valorar y amar la suprema perfección de las otras personas en esta unión perfecta. El Padre y el Hijo nunca se podrían traicionar entre sí de esa manera, ni tampoco el Espíritu.

En resumen, Dios, la Santísima Trinidad, tiene razón para ser egocéntrico porque Dios es el centro, porque Dios es la fuente del bien para todo lo demás, y porque las Personas de la Trinidad son fieles entre sí en un vínculo de amor y de felicidad mutuas hacia el otro, el cual no puede ser traicionado o quebrantado.


Un Espectáculo Delicioso

Es correcto que Dios sea egocéntrico, y es bueno que a Dios le guste presumir. A Dios le encanta mostrar su gloria, no porque sea vanidoso, sino porque considera que es algo espléndido que otros seres disfruten de él al igual que él disfruta de sí mismo. A diferencia de los seres humanos pecaminosos, Dios es luz y Dios es amor. Cuando Dios "aparece", muestra su luz y su amor por los demás para ser disfrutados y adorados. Lo más amoroso que Dios puede hacer por alguien es hacerse su objeto de adoración, de veneración y de deleite. Dios ama ser conocido, admirado y disfrutado, no porque necesite nuestra adoración para ser feliz sino porque nosotros debemos adorarlo para ser felices.

Nada de lo que Dios hace--y ciertamente nada de lo que nosotros hacemos--puede aumentar o disminuir la gloria y la felicidad que Dios tiene en sí mismo. "Dios es infinitamente, eternamente, inmutablemente e independientemente glorioso y feliz" (Jonathan Edwards).

¿Por qué creó Dios el mundo? No por una falta de gloria o de felicidad sino por un excedente. Dios no estaba solo antes de tener personas con quien relacionarse, y no estaba aburrido antes de que tuviera un mundo con el cual lidiar. ¿Cómo podrían el Padre, el Hijo y el Espíritu estar solos en el perfecto amor y comprensión de la Trinidad? ¿Cómo podría ser aburrida la belleza, el genio y el disfrute sin límites? Cada Persona de la Trinidad es más amorosa y fascinante que toda la creación combinada. Cualquier cosa en la creación que sea amorosa o interesante es solo una gota de Dios la Fuente, un rayo de Dios el Sol. Dios creó el mundo no porque hubiera sido superado por el trabajo arduo, sino porque se desbordó de deleite.

Cuando Dios hace de su gloria la razón de todo, no está tratando de aumentar la gloria que tiene en sí mismo ni de aumentar su valor. Por el contrario, él está mostrando y compartiendo con los demás la gloria que ya tiene y magnificando su valor ante sus ojos. En cierto sentido, la Trinidad es como una familia enormemente rica, amorosa y perfectamente feliz en la que la comunión es tan fascinante y divertida, y la riqueza tan ilimitada, que los miembros quieren que otros en el hogar compartan esa felicidad.

Parece que algunas cosas, Dios las creó simplemente para que él las disfrutara, sin importar si alguien más alguna vez las disfrutaba. Él posee galaxias y cuásares que incluso nuestros mejores telescopios no pueden detectar. Él posee espléndidas flores que florecen en los prados de las montañas que ningún ser humano ve. Él posee criaturas oceánicas exóticas lanzándose en profundidades que ningún ser humano jamás observará. Posee pájaros que gorjean canciones dulces fuera del alcance de cualquier oído humano. Posee miles de millones de huellas dactilares y trillones de copos de nieve, todos diferentes, y disfruta de cada patrón único, aunque pocos de esos patrones son vistos o estudiados por los ojos humanos. Él posee rubíes y esmeraldas enterrados en lugares donde nadie más que él alguna vez los verá. Dios se deleita en todas sus obras, incluidas muchas que no son percibidas por los humanos.

Dios se deleita en muchas cosas además de nosotros, pero tuvo un deleite especial cuando creó a la humanidad. Él nos creó no solo para disfrutar de la forma en la que él disfruta de las estrellas y las flores, de los peces y los animales, de las rocas y los árboles que muestran su gloria inconscientemente, sino que puede disfrutar de la adoración de criaturas que piensan, que sienten, que reconocen conscientemente, que disfrutan y que adoran la gloria, la bondad, el amor y la felicidad de la Trinidad. Es por eso que las personas son la corona de su creación.

 Por eso también, con la caída de la humanidad en pecado, el Señor ha tomado medidas asombrosas para salvar a muchos. No fue porque alguno de nosotros valiera tanto en sí mismo como para que Jesús muriera por los pecadores, sino porque Dios sería glorificado al salvar a las personas de la nada absoluta y al tener una sociedad de seres eternos que disfrutaran y exaltaran para siempre la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Mientras más vacíos estemos sin él, y mientras más nos deleite estar con él, más se glorificará Dios como el Señor todopoderoso, todo suficiente y todo satisfactorio.


Dios Hablándole a Dios

La gloria de Dios es su mayor pasión. ¡Eso es claro cuando abrimos la Biblia y escuchamos a Dios hablándonos, y esto es aún más claro cuando escuchamos a Dios hablándole a Dios! En Juan 17 oímos a Dios el Hijo, Jesucristo, hablándole a Dios el Padre, poco antes de la muerte y resurrección del Hijo que traerá la vida eterna a aquellos a quienes Dios ha elegido. Jesús dice,

"Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese... Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos...

Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos...

La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí... Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos".

Cuando escuchamos a Jesús hablarle a su Padre, está claro que la pasión de Dios por su gloria es la razón no solo para la creación, sino también para la salvación. Jesús fue a la cruz para que él y su Padre se glorificaran el uno al otro. Esta gloria vendría al cancelar los pecados de sus elegidos a través de su muerte y al darles vida eterna a través de su resurrección.

¿Y qué es la vida eterna? Conocer a Dios en Jesucristo, a través de la obra del Espíritu Santo en tu corazón. El Espíritu, dice Jesús, "me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío" (Juan 16:14-15). Jesús no deja dudas de que su propósito es darle a su pueblo la medida completa de su propio gozo divino, compartir con ellos la misma gloria que el Padre le ha dado, y asegurarse de que el amor de Dios estará en ellos y que Cristo mismo estará en ellos, mientras el Espíritu Santo satisface su sed más profunda, la sed de la vida eterna.


Ven y Bebe

Ahora que hemos escuchado estas altísimas verdades de la Palabra de Dios, escuchémoslas de otra forma: de un libro para niños, La Silla de Plata, una de las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis. Una niña llamada Jill estaba muy sedienta cuando se encontró con un arroyo.

Pero aunque mirar el agua la hacía sentir diez veces más sedienta que antes, no se apresuró a beber. Se quedó quieta como si hubiera sido convertida en piedra, con la boca abierta. Y ella tenía una muy buena razón; justo en este lado del arroyo yacía el León...

No podía haberse movido si lo hubiera intentado, y no podía apartar la vista de él. Cuánto tiempo duró esto, no podía estar segura; parecieron horas. Y la sed se hizo tan grande que casi sintió que no le importaría que el león se la comiera si solo pudiera estar segura de beber primero una bocanada de agua.

"Si tienes sed, puedes beber".

Por un segundo ella miró fijamente aquí y allá, preguntándose quién había hablado. Entonces la voz dijo otra vez: "Si tienes sed, ven y bebe"... era el León hablando... la voz no era como la de un hombre. Era más profunda, más salvaje y más fuerte; una especie de voz dorada pesada. No la asustaba menos de lo que había estado antes, pero la asustaba de una manera bastante distinta.

"¿No tienes sed?" dijo el León.

"Me estoy muriendo de sed", dijo Jill.

"Entonces bebe", dijo el León.

"Pudieras--Podrías--Te importaría irte mientras lo hago" dijo Jill.

El León respondió a ello solo con una mirada y un gruñido muy bajo. Y cuando Jill contempló su voluminosidad inmóvil, se dio cuenta de que también le pudo haber pedido a toda la montaña que se moviera para su conveniencia.

El delicioso murmullo del arroyo la estaba poniendo casi frenética.

"¿Prometes no hacerme nada si me acerco?" dijo Jill.

"No puedo prometer nada", dijo el León.

Jill estaba tan sedienta ahora que, sin darse cuenta, se había acercado un paso.

"¿Comes niñas?", dijo.

"He tragado niños y niñas, mujeres y hombres, reyes y emperadores, ciudades y reinos", dijo el León. No dijo esto como si estuviera haciendo alarde, ni como si estuviera arrepentido, ni como si estuviera enojado. Simplemente lo dijo.

"No me atrevo a ir y beber", dijo Julia.

"Entonces morirás de sed", dijo el León.

"Oh Dios mío!" dijo Jill, acercándose un paso más. "Supongo que debo ir y buscar otra corriente entonces".

"No hay otra corriente," dijo el León.

A Jill nunca se le ocurrió desconfiar del León--nadie que hubiera visto su rostro severo, hubiera podido hacer eso, y su mente de repente se vació. Era lo peor que había tenido que hacer alguna vez, pero se adelantó al arroyo, se arrodilló y comenzó a recoger agua con la mano. Era el agua más fría y refrescante que había probado en su vida. No necesitabas beber mucha de ella, ya que apagaba tu sed al instante.

Cuando C.S. Lewis escribió eso, no solo estaba contando una historia divertida para niños. Él estaba ofreciendo una alegoría, una lección más profunda en forma de historia. En la Biblia, Jesús es llamado el León de la tribu de Judá, y el Espíritu Santo es descrito como agua viva. No hay agua de vida excepto en el Espíritu de Dios, y no hay manera de beber del Espíritu fuera de la presencia de Cristo el León.

¿Eres como Jill? ¿Tu alma está sedienta? No pienses que puedes satisfacer tu alma en alguna otra corriente que no sea el agua viva del Espíritu Santo de Dios. "No hay otra corriente." Y si deseas beber de esa corriente, no puedes evitar a Jesús el león. No puedes pedirle que se mueva para tu conveniencia de modo que puedas saciar tu sed sin tenerlo a tu alrededor. Es más fácil mover una montaña que mover el peso divino de la gloria que es el centro de gravedad para todo el universo. No puedes tratar de negociar con Jesús en tus propios términos. Simplemente debes lanzarte hacia su misericordia, para que él haga contigo lo que le plazca.

Sean cuales sean tus dudas, Jesús todavía te invita. Jesús dice en las Escrituras: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Juan 7:37). "El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" (Apocalipsis 22:17). Así que bebe en la bondad de Dios por fe. Tu sed interior será saciada, y Dios será glorificado en ti cuando tú estés satisfecho en él.

Esto es lo que la Biblia llama "las buenas nuevas de la gloria del Dios alegre" (1 Timoteo 1:11, traducción literal), y es la mejor noticia que te puedas imaginar. El objetivo de Dios al tratar con su pueblo en Cristo no es solo resolver algunos problemas sino mostrar las riquezas de su gloria. Dios comienza esto ya ahora; lo hará más plenamente cuando entremos al cielo; y seguirá aumentando el flujo por toda la eternidad.

Ningún momento llegará en el que Dios diga: "Ya es suficiente. Estas personas han tenido suficiente alegría por conocer mi gloria completa. Me he glorificado lo suficiente. Es hora de renunciar". No, la infinita pasión de Dios por su gloria significa que ningún derramamiento, por grande que sea, será suficiente. Él nos seguirá derrochando más y más de su sabiduría, santidad, bondad y amor, sin límite. Nuestra alegría en su gloria y su gloria en nuestra alegría siempre crecerán y se desbordarán. En ese torrente de gloria, sabremos de primera mano la razón de todo.

Lecturas adicionales:

Jonathan Edwards, El Fin Para el Cual Dios Creó el Mundo

John Piper, Los Placeres de Dios

 

Última modificación: martes, 6 de febrero de 2018, 08:45