Revista Historia Cristiana, Número 96

La Definición de la Fe

Por Everett Ferguson

El gnosticismo surgió durante un tiempo en el que los cristianos enfrentaron una crisis de identidad.


Un cristiano caminando por las calles de Éfeso a mediados del siglo segundo habría visto las señales de esplendor material y de prosperidad--la Biblioteca de Celso recientemente construida a la entrada del ágora comercial, la construcción de templos y otros proyectos iniciados bajo el emperador romano Adriano, la remodelación del gran teatro, el nuevo gimnasio de Vedius y los baños, y otras comodidades del florecimiento de la vida urbana. Él podría haber conversado acerca de los intereses filosóficos actuales–la metafísica del platonismo medio, la ética estoica y la ciencia aristotélica. Él podría haber estado consciente del auge de la actividad literaria de autores como el ingenioso escritor satírico Luciano de Samosata.

La vida religiosa, política, económica y cultural de Éfeso estaba dominada por el culto a Artemisa, cuyo magnífico templo fue una de las siete maravillas del mundo, aunque también florecieron otros cultos. La asociación de culto imperial con Artemis testificó sobre la presencia penetrante del Imperio Romano.

Durante el siglo segundo, el imperio alcanzó su altura geográficamente (bajo el emperador Trajano) y económicamente (bajo Adriano y los Antoninos). Detrás de este éxito, sin embargo, existían motivos para inquietarse. El emperador Marco Aurelio había peleado poderosamente contra los bárbaros en las fronteras. Los libros de historia escritos por Pausanias, Plutarco, Ateneo, y otros reflejaban una sensación general acerca de que las antiguas costumbres eran mejores y de que algo se había perdido en la nueva época romana. Movimientos como el Neopitagorismo y el Encratismo Cristiano tenían una visión negativa del mundo material. La cuestión del origen del mal preocupaba a muchos, especialmente a los judíos y a los cristianos que creían en un creador bueno. Las corrientes ocultas estaban siendo atraídas hacia otro mundo espiritual.

Los cristianos compartieron en esta vibrante cultura turbulenta. Ellos batallaron en cómo relacionarse con la predominante autoridad política, económica, y religiosa romana. Se subieron a la escalera de la economía. Se ocuparon de los aspectos filosóficos de la época, produjeron su propia literatura abundante, y aclararon las doctrinas. Sobre todo, ahora que el último de los apóstoles había muerto, los cristianos forcejearon con su propia identidad: ¿Quiénes somos? ¿Qué es lo que realmente significa ser un "cristiano"?


Una Raza Perseguida

Los cristianos hicieron frente a esta cuestión en el contexto de las relaciones incómodas con el estado romano. Los actos religiosos permearon todos los aspectos de la sociedad—el atletismo, los espectáculos teatrales, las actividades comerciales, los juramentos civiles, y las funciones políticas. El gobierno romano cooptó por cultos locales como parte de la religión del estado. La prueba definitiva de lealtad política era el sacrificio al "espíritu divino" del emperador, representado por sus estatuas y cuadros.

Algunos cristianos argumentaban que las acciones corporales eran irrelevantes para la espiritualidad y, por lo tanto, efectuar mociones de sacrificio no era relevante moralmente. La mayoría de los cristianos, sin embargo, rechazaron las religiones paganas considerándolas idólatras y se negaron a participar en los actos de sacrificio, incluso en contextos sociales y civiles. Este rechazo dio lugar a estallidos esporádicos de persecución. Aquellos que resistían firmemente cualquier tentación de ponerse en entredicho eran considerados héroes de la iglesia. Algunos de los que se ofrecieron como voluntarios para el martirio sucumbieron bajo la presión, de esta manera la Iglesia desalentó el martirio voluntario y retuvieron el ejemplo de Policarpo de Esmirna como un martirio "de acuerdo al Evangelio". Policarpo se retiró a una casa de campo hasta que las autoridades lo arrestaron. Su confesión es clásica: "Durante 86 años he servido a Cristo; ¿Cómo puedo blasfemar a mi Rey que me salvó?".

Las persecuciones subrayaron el aspecto comunal de la fe cristiana. Las narrativas de los juicios de los mártires registraban que, cuando les era ordenado sacrificar a los dioses en obediencia al emperador, los mártires confesaban reiteradamente, "Yo soy cristiano." Los cristianos eran condenados "por el nombre", es decir, por ser miembros de un grupo que era considerado subversivo. El apologista Justino Mártir argumentó que esta práctica judicial era injusta: Las personas deben ser castigados por sus propios crímenes, no por aquellos de los que se tiene la sospecha en un grupo completo.

Pero tales experiencias fortalecieron la conciencia de una identidad especial. En los escritos de la defensa de su fe, los cristianos hablaban de sí mismos como una "tercera [o cuarta] raza." La Epístola a Diogneto dice acerca de los cristianos, "Ellos ni siquiera aprecian que los dioses sean considerados como tales por los griegos [incluyendo a los romanos] ni se sujetan a la superstición de los judíos." Y la Disculpa de Aristides, afirma: "Hay cuatro clases de personas en este mundo: los bárbaros, los griegos, los judíos y los cristianos".


Jesús y Moisés

Roma reconocía a los judíos como un pueblo antiguo, y mientras los cristianos fueran considerados una rama del judaísmo, gozaban de cierta protección. Pero esta situación era ambigua, porque existía una animosidad popular en contra de los judíos, especialmente después de las revueltas judías contra Roma (la última en el año 130 durante el reinado de Adriano). Además, los judíos les habían quitado la cobertura jurídica proporcionada por el judaísmo al haber excluido de sus comunidades a los cristianos.

Las relaciones entre judíos y cristianos eran ambivalentes. Jesús y sus primeros discípulos eran judíos, pero para el siglo segundo las iglesias estaban compuestas principalmente por gentiles. La cuestión de la relación del cristianismo con el judaísmo y con el Antiguo Testamento era una parte muy importante de los esfuerzos de los cristianos para definir su identidad.

El trabajo más longevo del siglo segundo, que ilustra esta discusión judaica-cristiana es el Diálogo de Justino Mártir con Trifón. Trifón, un judío, estaba sorprendido de que los cristianos "profesando ser piadosos" no "cambiaban su modo de vida del perteneciente a los gentiles" o no observaban "festivales o el Sabbath y no tenían el rito de la circuncisión" exigido en la Ley de Moisés. Justino distinguía los pactos del Antiguo y del Nuevo Testamento. El antiguo pacto dado a Moisés era válido para los judíos, pero los profetas predijeron una "nueva ley" y un "pacto eterno" en Cristo que es para todos los pueblos.

Otros expresaron diferentes respuestas a la cuestión de la relación del cristianismo con el judaísmo. Algunas de ellas (por ejemplo, la Epístola de Bernabé) alegorizaba la ley, de manera que su significado "espiritual" les pertenecía a los cristianos. Algunos, como el hereje Marción, querían romper la asociación de los cristianos con el judaísmo y rechazaban el Antiguo Testamento por completo (un planteamiento que su oponente Tertuliano dijo "carcomidos los Evangelios a trozos"). El maestro gnóstico Ptolomeo hizo la distinción en la ley entre lo que fue cumplido por Cristo, lo que fue abrogado por él, y lo que fue transformado por él.

Pero la mayoría de los cristianos se aferraron a sus raíces judías. Esto demostró que el cristianismo no era algo novedoso (una importante crítica pagana en contra de los cristianos) sino que tenían raíces antiguas históricas--un hecho importante en una cultura que valoraba que lo más antiguo era lo mejor y lo más auténtico. Los cristianos judíos conservaron diversos aspectos del judaísmo junto con su fe en Jesús como el Mesías. Los cristianos gentiles, aunque no respetaban los aspectos ceremoniales de la ley, continuaron considerando a la Biblia judía en su traducción al griego como sus Escrituras.

El uso por parte de los cristianos de algunos libros judíos no encontrados en la Biblia hebrea (incluidos en ediciones Católicas Romanas de nuestros días) hizo que los límites del canon del Antiguo Testamento fueran una preocupación ya en el siglo segundo. Melitón, obispo de Sardes, viajó a Palestina para conocer el contenido exacto del "Viejo Pacto" de los judíos en ese lugar y registró una lista de común acuerdo entre las biblias judías y las biblias protestantes, excepto por la ausencia del libro de Esther.


Dilemas doctrinales

Un aspecto esencial de la pregunta "¿Quiénes somos?" fue la pregunta "¿En qué creemos?" Debido a que los cristianos oraban, cantaban, enseñaban el mensaje del evangelio a los convertidos, y confesaban su fe en el bautismo, se sentían forzados a pensar profundamente sobre cómo estaba relacionado Jesús con Dios y cuáles eran los límites de la verdadera doctrina.

Por un lado, existía una presión considerable dentro de la cultura para modificar o poner en peligro el monoteísmo. Los cristianos compartían con el judaísmo la creencia en un Dios creador, y los filósofos de esa edad se inclinaban hacia la afirmación de un principio supremo. Pero las corrientes de pensamiento también encontraron un lugar para múltiples seres divinos subordinados, al igual que varios gobernadores bajo un supremo emperador. Incluso algunas formas del judaísmo reflejaban esa tendencia.

Asimismo, quienes afirmaban a Jesús como Salvador, interpretaban la naturaleza de la salvación de manera distinta. ¿Él fue un maestro que trajo iluminación o un sanador que trajo plenitud? ¿Un espíritu que trajo vida eterna o un verdadero ser humano que trajo resurrección del cuerpo? ¿Un conquistador que trajo la liberación del destino o de demonios, o un redentor que trajo el perdón de los pecados?

Aquellos que ahora llamamos "gnósticos", quienes combinan elementos de la filosofía griega, la especulación judía y la creencia cristiana, han tenido diversas perspectivas sobre estas y otras opciones—al igual que los oponentes ortodoxos de los gnósticos. Además, la proclamación de la iglesia acerca de Jesús--su nacimiento virginal, su ministerio de enseñanza y sanidad, su crucifixión, su resurrección corporal, y su futura venida como juez--fueron cuestionados por quienes descartaron la historicidad de dichos eventos.

Surgieron una diversidad de puntos de vista, expresados en diversas formas del cristianismo. En casi todos los grupos cristianos fue común, en la medida de lo que podemos decir, el bautismo en el nombre de Jesucristo como un acto central de iniciación, y una comunión semanal el primer día de la semana.


Aferrándose a los Apóstoles

En medio de todos estos desafíos al interior y al exterior, los cristianos intentaron mantener un sentido de unidad y de claridad teológica mediante el fortalecimiento de la organización de comunidades locales y la preservación de una comunicación constante entre dichas comunidades. A medida que el siglo segundo concluyó, hubo menos y menos "apóstoles, profetas y maestros"--así como menos evangelistas que circularan entre las iglesias y que llevaran el evangelio a nuevas áreas--y más obispos (o pastores) que surgieron del consejo de ancianos como los principales líderes de los cristianos en cada ciudad. "Dejen estar a la congregación dondequiera que el obispo esté," escribió San Ignacio de Antioquía, preocupado de que las divisiones doctrinales destrozaran a las iglesias locales.

No a todos los cristianos les gustaban las crecientes estructuras organizativas. El movimiento Montanista revivió la práctica de la profecía en reacción contra lo que consideraban la separación debilitante de la iglesia del mundo circundante, y contra la mayor autoridad ejercida por los obispos. Los maestros siguieron operando, a veces sólo vagamente relacionados con el liderazgo local. Algunos, como Justino Mártir, eran ortodoxos, mientras que otros, como los gnósticos, promovían sus propias especulaciones esotéricas y formaron escuelas independientes de pensamiento.

En el núcleo de todos estos acontecimientos existía una preocupación central: ¿Dónde podemos encontrar el mensaje apostólico? Los cristianos se aferraban a la enseñanza de los apóstoles sobre Jesús como el estándar para determinar lo que era verdadero y lo que no lo era. Aquellos que enseñaban un mensaje diferente al que ensañaran el obispo local y los ancianos, apelaban a una tradición secreta, tradición que se remonta a uno de los apóstoles. En contra de esta afirmación de "enseñanza secreta", sus opositores señalaban a la sucesión pública de líderes y la enseñanza en las iglesias establecidas. El teólogo Tertuliano resumió este argumento: La verdad es la que "las Iglesias recibieron de los apóstoles, los apóstoles recibieron de Cristo y Cristo recibió de Dios", y cualquier otra doctrina es falsa. Estas preocupaciones han conducido a un "canon" de escritos apostólicos aceptados (el Nuevo Testamento), un resumen del mensaje que contenían estos escritos (la Regla de la Fe), una confesión de fe (el Credo de los Apóstoles), y la sucesión apostólica de los obispos y de los ancianos.

En la intersección de la filosofía griega, la interpretación judía de las Escrituras y las afirmaciones cristianas de un Redentor divino que apareció en la tierra, varios maestros formularon sus opiniones de la realidad material y espiritual, y buscaron un lugar fijo para permanecer firmes. Salvo en el caso de persecución física, la situación del cristianismo en el Occidente hoy tiene mucho en común con el siglo segundo. Y en la escena mundial, la pregunta "¿Qué es un cristiano?" sigue siendo un asunto central.


Everett Ferguson es profesor emérito de historia de la iglesia en la Universidad Cristiana de Abilene.

 

Last modified: Thursday, September 21, 2017, 10:54 AM