Revista Historia Cristiana, Número 28

El Cisma de Oriente y Occidente 1054

Por George T. Dennis


El sábado, 16 de julio de 1054, mientras la oración de la tarde estaba a punto de comenzar, el Cardenal Humberto, enviado por el Papa León IX, caminó en la Catedral de Santa Sofía, justo hasta el altar principal, y colocó sobre él un pergamino que declaraba que el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, sería excomulgado. Entonces salió de la iglesia, sacudió el polvo de sus pies, y abandonó la ciudad. Una semana más tarde el patriarca condenó solemnemente al cardenal.

Siglos más tarde, se creyó que este incidente dramático marcó el comienzo del cisma entre las iglesias del latín y las iglesias del griego, una división que aún separa a los católicos romanos y a los ortodoxos orientales (griegos, rusos y otros). Sin embargo, actualmente ningún estudioso serio sostiene que el cisma comenzó en el año 1054. El proceso que condujo a la ruptura definitiva fue mucho más complicado, y no puede decirse que ninguna causa o evento único lo precipitó.


Causas Inmediatas de la ruptura

En 1048 un obispo francés, fue elegido como el Papa León IX. Él y los clérigos que lo acompañaron a Roma tenían la intención de reformar el papado y la iglesia entera. Cinco años antes, en Constantinopla, el rígido y ambicioso Miguel Cerulario había sido nombrado patriarca.

Surgieron problemas al sur de Italia (entonces bajo la dominación bizantina) en los años 1040, cuando los guerreros normandos conquistaron la región y sustituyeron a los obispos del griego [del Este] por obispos del latín [Oeste]. Las personas se confundieron, y discutieron sobre la forma adecuada de llevar a cabo la liturgia y sobre otras cuestiones externas. Las diferencias sobre el matrimonio clerical, el pan utilizado para la Eucaristía, los días de ayuno, y otros usos asumieron una importancia sin precedentes.

Cuando Cerulario escuchó que los Normandos estaban prohibiendo las costumbres griegas al sur de Italia, él se desquitó, en 1052, cerrando las iglesias del latín en Constantinopla. Él entonces indujo al obispo León de Ácrida a componer un ataque sobre el uso latino de los panes sin levadura y sobre otras prácticas. En respuesta a este tratado provocativo, el Papa León envió a su asesor principal, Humberto, un hombre sin tacto y mezquino con un fuerte sentido de la autoridad papal a Constantinopla para tratar directamente el problema.

Al llegar a la ciudad imperial en abril de 1054, Humberto lanzó una feroz crítica hacia Cerulario y hacia sus partidarios. Pero el patriarca ignoró al enviado papal, y un airado Humberto entró a Hagia Sophia y colocó sobre el altar la aprobación papal de excomunión. Él regresó a Roma convencido de que había obtenido una victoria en la Santa Sede.

Por dramáticos que hayan sido, los acontecimientos de 1054 no fueron registrados por los cronistas de la época y fueron olvidados rápidamente. Las negociaciones entre el papa y el emperador bizantino continuaron, especialmente en los últimos dos decenios del siglo XX, mientras los bizantinos buscaban ayuda en contra de los invasores turcos. En 1095, para prestar esa ayuda, el papa Urbano II proclamó las cruzadas; ciertamente no hubo cisma entre las iglesias de aquel tiempo. A pesar de episodios de tensión y de conflicto, el Oriente y el Occidente cristianos vivían y adoraban juntos.

En la segunda mitad del siglo XII, sin embargo, la fricción entre los grupos se incrementó, originada no tanto por diferencias religiosas sino por diferencias políticas y culturales. Los violentos disturbios anti latinos estallaron en Constantinopla en 1182, y en 1204 los caballeros occidentales asolaron brutalmente Constantinopla. La tensión se aceleró, y en 1234, cuando los eclesiásticos del griego y del latín se reunieron para discutir sus diferencias, era evidente que representaban a diferentes iglesias.


Causas Subyacentes de la Ruptura

¿Qué causó el cisma? No fueron las excomuniones de 1054; no fueron las diferencias en la teología, la disciplina o la liturgia; no fueron los conflictos políticos o militares. Estos pudieron haber influido en que las iglesias se separaran, al igual que los prejuicios, la incomprensión, la arrogancia, y la simple estupidez. Más fundamental, quizás, fue la forma en la que cada iglesia llegó a percibirse a sí misma.

La reforma del siglo XI en la Iglesia occidental abogó por el fortalecimiento de la autoridad papal, que propiciaba que la iglesia se hiciera más autocrática y centralizada. Basando sus afirmaciones sobre su sucesión a partir de San Pedro, el Papa afirmó su jurisdicción directa sobre toda la Iglesia, tanto al Este como al Oeste. Los bizantinos, por otro lado, veían a su iglesia en el contexto del sistema imperial; sus fuentes de derecho y unidad eran concilios ecuménicos y el emperador, a quien Dios había colocado sobre todas las cosas, era espiritual y temporal. Ellos creían que las Iglesias orientales siempre habían disfrutado de autonomía de gobierno, y rechazaron las afirmaciones papales de un gobierno absoluto. Pero ninguno de los dos lados realmente estaba escuchando al otro.

Además, desde el siglo noveno, las controversias teológicas se habían centrado en la procesión del Espíritu Santo. En la vida de la Trinidad, ¿el espíritu procedía solo del Padre o del Padre y del Hijo (Filioque en latín)? La iglesia occidental, preocupada por el resurgimiento del arrianismo, había, casi inadvertidamente, añadido la palabra al Credo Niceno, afirmando que esto hacía más precisa una enseñanza que ya se encontraba en el credo. Los griegos pusieron objeción a la adición unilateral al credo, y se opusieron enérgicamente a la proposición teológica involucrada, la cual para ellos parecía disminuir las propiedades individuales de las tres personas de la Trinidad. En 1439 los teólogos del griego y del latín en el concilio de Florencia, después de debatir el asunto durante más de un año, llegaron a un compromiso que, si bien fue razonable, no resultó plenamente satisfactorio.

Después de que el Imperio Bizantino cayó en 1453, la iglesia oriental vivió bajo el dominio turco y luego bajo el de diversas naciones. Millones de Cristianos Ortodoxos en esas tierras todavía están separados de los millones de cristianos adhiriéndose a Roma. Hoy en día se hacen mayores esfuerzos para abordar los problemas, pero ningún lado parece estar dispuesto a hacer las concesiones necesarias. Como resultado, los cristianos que comparten una creencia común y que aceptan a Jesús como cabeza de la iglesia, sienten que no pueden compartir su Eucaristía.

El Dr. George T. Dennis es profesor de historia en la Universidad Católica de América en Washington. D.C., y es autor de varios libros sobre el Imperio Bizantino.

 

Última modificación: miércoles, 11 de octubre de 2017, 10:37