LA BÚSQUEDA DEL ORDEN: EL CRISTIANISMO MEDIEVAL

GUION DEL PROGRAMA


Ciertos eventos en la historia humana se destacan por un relieve pronunciado a diferencia de todos los demás. Estos son momentos definitorios que resumen la esencia de toda una época, como la invasión de la Bastilla en 1789 o la caída del Muro de Berlín en nuestro siglo.

Dicho evento tuvo lugar en el año 410, cuando la ciudad de Roma fue saqueada e incendiada por un cacique Godo llamado Alaric. Durante siglos, Roma se había erigido como un símbolo de estabilidad y continuidad; era nombra la "ciudad eterna". Ahora, Roma ha sido devastada por los soldados bárbaros. En la lejana Palestina, en el pequeño pueblo de Belén, San Jerónimo recibió la noticia de la caída de Roma con horror y consternación. Él lloró y preguntó, "Si Roma puede perecer, ¿entonces qué es seguro?".

La respuesta vino de San Agustín, quien respondió al lamento de Jerónimo: "¿Te sorprendes de que el mundo está perdiendo el control? ¿Acerca de que el mundo envejece? No temáis; tu juventud se renovará como un águila".

Para san Agustín, la fuente de la juventud era el cristianismo. Éste no podría dejar de persistir y de crecer, elevándose por encima de imperios y culturas. Tan pronto como Agustín oyó sobre la caída de Roma, comenzó a escribir su magnum opus, La Ciudad de Dios. Fue la primera filosofía de la historia escrita por un autor cristiano. La ciudad de Dios, dijo, no se puede equiparar con cualquier imperio humano o reinado, por más glorioso o poderoso que éste sea.

Jesús había prometido que las puertas del infierno nunca prevalecerían en contra de la iglesia. La iglesia es el Cuerpo de Cristo extendido a lo largo del tiempo y del espacio. Pertenece al futuro, al igual que al pasado y al presente. Más que nadie, Agustín fue quien proporcionó el anteproyecto para el milenio de la historia cristiana que conocemos como la "Edad Media".


La Edad Media

Pero, ¿Qué es la edad media? ¿Cuándo comienza y cuándo termina? ¿Por qué los cristianos deberían preocuparse por ello en la actualidad?

La edad media abarca los siglos entre la muerte de san Agustín en 430 y el nacimiento de Martín Lutero en 1483. En la imaginación popular, la Edad Media ha sido romantizada e idealizada. Pensamos en caballeros con armaduras brillantes, en la búsqueda del santo grial por parte de los cruzados, en el Rey Arturo, en Camelot, y todo eso. Pero, en realidad, la Edad Media estuvo marcada por la violencia y el gran sufrimiento de aquello que se convertiría en Europa.

Jerónimo tenía motivos para llorar a causa de la caída de Roma. Debido a que los Godos triunfaron sobre los Lombardos, los Francos, y los Vándalos, a partir de quienes obtenemos nuestra palabra moderna "vandalismo". Aún más tarde, los Vikingos de Escandinavia evocaron su propia marca distintiva de estragos en las avanzadillas de la civilización cristiana.

Una fuerza aún más siniestra surgió de los desiertos de Arabia como las fuerzas armadas del profeta Mahoma, quienes se desplegaron en todo el Mediterráneo en una guerra santa relámpago, o yihad, capturando a Jerusalén, Antioquía, Alejandría y Cartago. Ellos avanzaron incluso hacia el centro de Europa, hasta que fueron detenidos por Carlos Martel, el abuelo de Carlomagno, en la famosa Batalla de Poitiers, en el año 732.

No fue sin razón que este período de la historia, más tarde sería nombrado "La Edad Oscura". Sin embargo, en medio de la oscuridad más densa, la luz del Evangelio nunca se extinguió por completo.

Los cristianos protestantes y evangélicos tienden a pensar que hubo pocos, o si acaso algunos, verdaderos creyentes durante esta época de oscuridad y desintegración. Pero debemos recordar que todos somos como enanos parados sobre los hombros de gigantes. Podemos ser capaces de ver más allá de ellos, pero sin su determinación, no pudimos ver nada en absoluto.

Por ejemplo, los escritos clásicos de Grecia y de Roma, por no mencionar los escritos de los primeros Padres de la Iglesia, han llegado hasta nosotros en manuscritos copiados minuciosamente letra por letra en los monasterios y en las escuelas de las catedrales de la Europa medieval. Además de esto, hay una tradición ininterrumpida de culto y de oración, y de contemplación y meditación, el tipo de espiritualidad encarnada plenamente en una figura como la de San Bernardo de Claraval, a quien tanto Lutero como Calvino citaron frecuentemente y con gran cortesía.

En medio de la opresión y del derramamiento de sangre de su época (en la cual, hay que decirlo, él participó), San Bernardo pudo describir, de una manera tan hermosa, la realidad trascendente del amor divino, que incluso em ña actualidad aún habla a través de los siglos a nuestros propios corazones:

¿Qué valor ha habido en todo este trabajo? Esto, yo pienso: Hemos aprendido que cada alma --aunque cargada con pecado y afligida con tristeza -- puede, sin temor, entrar en un vínculo de sociedad con Dios y, sin alarmar, recibir con el rey de los ángeles un dulce yugo de amor.

"Un dulce yugo de amor", "un vínculo de sociedad con Dios" -- estos son los ideales que le dan forma a las instituciones más características de la Edad Media: las grandes catedrales góticas, las universidades y los monasterios.


La "Ola" de la Construcción de Iglesias

Desde el siglo XI al XIV, parecía que toda la Cristiandad, señores y campesinos, artesanos y estudiosos, obispos y reyes, contribuyeron a una notable ola de construcción de iglesias. Como un contemporáneo lo señaló, "Era como si toda la tierra se hubiera desprendido de su vejez y se estuviera vistiendo en todas partes con una vestidura blanca de iglesias".

La imponente forma de las iglesias románicas había dado paso a las puntas alzadas y a los soportes altos de las catedrales góticas. La obra más impresionante de todas fue, y sigue siendo, la majestuosa catedral de Chartres, cuyos frescos y frisos cuentan la historia de la salvación, mientras que las deslumbrantes vidrieras convierten al santuario y a la nave en un éxtasis de luz y color.

Para los hombres y las mujeres medievales, la vida era un camino tortuoso hacia la escalera de la tierra al cielo. Los demonios estaban siempre dispuestos a atrapar y a capturar almas perdidas en su eterna guerra contra la humanidad. El camino al cielo se encontraba asediado por peligros infernales mientras los peregrinos que estaban en camino eran sostenidos por las oraciones de los monjes en la tierra y por los santos exaltados en el cielo.

Fue esta la teología que descansaba detrás del rosario, de las reliquias, de las peregrinaciones, de las indulgencias, y de muchas otras prácticas del catolicismo medieval tardío, contra la cual los reformadores del siglo XVI protestarían en el nombre del amor y de la gracia inmerecida de Dios.

Aquello que las catedrales góticas expresaron tan magníficamente en piedra y vidrieras, los grandes maestros escolásticos del siglo XIII lo definieron, con igual claridad, en su famosa summae o resúmenes sistemáticos de la teología cristiana.


Tomás de Aquino

El redescubrimiento del filósofo griego Aristóteles brindó una nueva base para la teología en el pensamiento de Alberto Magno y de su brillante estudiante, Tomás de Aquino. Mientras que la revelación y la razón son distintas, Tomás arguyó, éstas no se encuentran en oposición. Es tarea de la teología cristiana mostrar que la fe se encuentra en armonía con la razón. Él dio su vida para construir, piedra por piedra, una catedral gótica sobre el pensamiento cristiano.

Es significativo el hecho de que Tomás nunca fue capaz de completar su gran obra, la Summa Theologica. Cerca del final de su vida, tuvo una visión de Dios, un resplandor de luces celestiales tan abrumador que no fue capaz de describirlo. Después de esa experiencia, bajó su pluma y nunca escribió otra palabra. "Todo lo que he escrito", dijo, "ahora me parece como paja".

De esa manera, Tomás de Aquino murió en 1274, con el trabajo de su vida incompleto. Cincuenta años más tarde, fue canonizado por el Papa Juan XXII. Desde entonces, su teología ha llegado ser considerada como normativa para la tradición católica romana. Sin embargo, dos siglos antes de la muerte de Tomás, el padre de la escolástica, San Anselmo, expresó en forma de oración, ese anhelo de Dios que se encuentra en el corazón de toda teología y espiritualidad verdadera: "Oh Señor mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, y dónde y cómo encontrarte. Porque no busco entender para creer, sino que creo para entender".


La Tradición Monástica

San Anselmo fue un monje, y combinó en su oración y en su teología ese amor por el aprendizaje y por el deseo por Dios, que es el manantial de la tradición monástica. La regla de San Benito proporcionó un modelo para una comunidad cristiana bien ordenada, cuyo lema era ora et labora ("ora y trabaja").

La labor de los monjes benedictinos involucraba trabajo físico -- limpiar los bosques y labrar la tierra – pero incluso implicaba trabajo intelectual de scriptorium, a medida que los manuscritos antiguos eran copiados y los textos bíblicos eran estudiados y comentados en el ciclo anual del año cristiano. En el centro de esta gran empresa se encontraba la prioridad del culto cristiano, la oración de los Salmos, y la rica armonía del canto gregoriano.

Una y otra vez, a lo largo de los siglos medievales, los reformadores monásticos se levantaron para llamar a sus compañeros monjes de regreso a la pureza y a la sencillez de la regla de San Benito.

En el siglo XIII, sin embargo, el surgimiento de las órdenes de los Mendicantes, los Dominicos y los Franciscanos, presentó algo radicalmente nuevo y diferente para la vida religiosa de la Edad Media. La palabra "Mendicante" significa "mendigo", y esto señalaba hacia el hecho de que estas nuevas órdenes religiosas eran libres para ingresar a los nuevos pueblos y ciudades de Europa, mendigando por alimentos y ministrando a todos los necesitados en el nombre de Jesús.

El ideal Benedictino había sido la stabilitas ("estabilidad"), una porción de tierra, un solo lugar donde uno vivía, oraba, y moría. El ideal de los Franciscanos y de los Dominicos era la mobilitas ("movilidad"). Al igual que para John Wesley en una época posterior, su parroquia era el mundo, especialmente las universidades donde, en el equivalente medieval de un gran movimiento de estudiantes cristianos, atrajeron discípulos de todas las condiciones sociales.


San Francisco de Asís

De los reformadores mendicantes, quien destaca por encima de todos los demás, es Francisco de Asís. Su nombre era Giovanni. Posteriormente fue nombrado Francesca debido a la conexión de su madre con Francia. Su padre fue Pietro Bernadone, un rico comerciante de ropa de la ciudad italiana de Asís. Los dos ideales de su juventud fueron el trovador y el caballero. La imagen que surge de sus primeros biógrafos es aquella de un tipo demasiado consentido y malcriado. "Él era un maestro en los deleites", un mujeriego que pasó gran parte de su tiempo bebiendo, bromeando, y despilfarrando todo el dinero que sus manos podían sostener.

A los 20 años de edad, obtuvo la oportunidad de hacer realidad sus sueños de gloria, y se fue a la guerra. En el fragor de la batalla, él fue capturado como prisionero y recluido durante un año por el enemigo. Debido a esta experiencia, seguido de una enfermedad severa, Francisco llegó a ver la vanidad de su vida anterior. Su conversión coincidió con su identificación con los humildes, con los pobres y con los enfermos. Durante una peregrinación hacia Roma, se plantó enfrente de cientos de mendigos que vagaban por la ciudad en busca de pan. En un gesto impulsivo, intercambió su ropa fina por harapos de mendigos y caminó por las calles de Roma, mendigando con ellos.

En otra ocasión, mientras viajaba un día, cerca de Asís, se topó con un leproso en el camino. Se bajó de su caballo y le dio al leproso un regalo de dinero, tras lo cual el leproso lo tomó de la mano, lo abrazó y lo besó, exponiendo a Francisco a su terrible enfermedad. Francisco se decidió a vivir con los leprosos y a servirlos como Jesús lo hubiera hecho.

El futuro ministerio de Francisco' estuvo determinado por otros dos acontecimientos. Uno de ellos ocurrió mientras estaba orando en una vieja capilla dilapidada. Oyó, dijo, la voz de Cristo desde el crucifijo de la iglesia diciendo, "mi casa está siendo destruida; id, pues, y reparadla para mí." Francisco tomó esto como un llamado divino para reconstruir la iglesia.

El segundo evento ocurrió cuando recurrió a su padre para recibir apoyo financiero. Su padre, sin embargo, no estaba a favor de las ideas radicales de su hijo y lo llamó ante el obispo de Asís para ser disciplinado. En un acto de desafío ante el obispo, Francisco declaró:

Hasta el día de hoy he llamado padre a Pietro Bernadone. Pero ahora deseo servir a Dios y decir nada más que: "Padre nuestro que estás en el cielo." No sólo el dinero, sino todo lo que pueda llamarse suyo, devolveré a mi padre, incluso la ropa que me ha dado.

Inmediatamente, Francisco se desnudó y salió de la Iglesia para adoptar una vida de miseria y de sencillez apostólica. Él era, como un escritor contemporáneo lo describió, "un hombre desnudo siguiendo a un Cristo desnudo".

Finalmente, Francisco reunió una compañía de discípulos afines, que accedieron a vivir con él una vida de imitación literal y deliberada del caminar de Cristo y de sus apóstoles.

Francisco, por supuesto, provocó la oposición de los líderes de la iglesia. Muchos de ellos, como el obispo de Asís, estaban profundamente atrapados en las vanas estructuras de la sociedad medieval. Nuestro moderno juego de ajedrez se deriva de ese período histórico. En ese juego, no es casualidad que la figura del obispo, sirva a los intereses del rey y de la reina, mientras que somete a muchos peones.

Francisco estableció una regla y una forma de vida que desafió a todo este sistema. Su movimiento pudo muy bien haber sido conducido a la clandestinidad y haber sido declarado herético, como aquel de Pedro Waldo que había ocurrido una generación antes. Sin embargo, cuando Francisco presentó su pedido al papa Inocencio III en la Basílica de San Pedro de Roma, el más poderoso de todos los Papas medievales hizo un gesto extraordinario. Se inclinó postrándose ante el mendigo descalzo de Asís y besó sus pies en un acto público de devoción.

Los estudiosos aún debaten si Inocencio III actuó por una genuina preocupación espiritual o simplemente como un político perspicaz, intentando evitar un problema potencial. En cualquier caso, en ese único acto dramático, tenemos dos figuras contrastantes de Jesucristo:

• Inocencio, vestido de ropas finas con su regalia púrpura y su tiara papal, vicarus Christi -- el vicario de Cristo en la tierra, poder y gloria de Cristo, resplandeciente en riquezas y prestigio; y, por otro lado,

• Francisco, también Vicario de Cristo -- no el Cristo exaltado, glorificado, sino el Cristo desnudo, sufrido, crucificado. El Cristo que vino no para ser servido, sino para servir y para dar su vida en nombre de otros.

No es ninguna sorpresa que el ideal franciscano era demasiado puro, demasiado realista como para sobrevivir a los encantos del tiempo y de la historia. Poco después de la muerte de Francisco en 1224, ¡aquel que había renunciado a toda propiedad, ahora contaba con un hermoso templo erigido sobre el lugar de su nacimiento! Aun así, el legado de Francisco, un santo amado por los protestantes y por los católicos, es un recordatorio de que el llamado de Jesús por seguirlo puede romper cualquier barrera social o cualquier sistema eclesiástico.

Todavía podemos ver el espíritu de Francisco viviendo actualmente en una figura como la Madre Teresa. Todavía podemos unir nuestra oración a la suya cuando decimos, "Señor, haz de mí un instrumento de tu paz." y todavía podemos elevar nuestros corazones a Cristo, quien nos llama, no menos que como lo hizo con Francisco, a ver el mundo a través de los ojos del amor del Salvador.


"¡La Reforma es Necesaria!".

Francisco no fue el último cristiano medieval en desafiar las estructuras de la iglesia. John Wycliffe en Inglaterra, John Huss en Bohemia, Savanarola en Florencia -- estos y muchos otros, todos solicitaron una reforma en la iglesia, en los dirigentes y en los miembros. Como un teólogo contemporáneo lo expuso, "El mundo entero, el clérigo y todo el pueblo cristiano, saben que una reforma de la iglesia es necesaria y conveniente. Los cielos y los elementos lo requieren. Las piedras muy pronto estarán obligadas a unirse al clamor".

La reforma de la iglesia vendría, pero con consecuencias que nadie, a partir de Agustín, podría haber predicho.

Si la Edad Media comenzó con la caída de roma en 410, se puede decir con justicia que concluyó con la caída de otra ciudad en 1453. Durante mil años, Constantinopla había resistido ataque tras ataque. Sin embargo, en vísperas de la reforma, esta gran luz en el Oriente, el último reducto de la antigüedad clásica cristiana, sucumbió ante las fuerzas de los turcos otomanos. Cientos de eruditos griegos huyeron a Occidente, llevando con ellos los manuscritos preciosos, las reliquias de los santos orientales, y un nuevo conocimiento de la lengua en la que se escribió el Nuevo Testamento. En 1516, Erasmo publicó la primera edición crítica del Nuevo Testamento griego en Basilea, Suiza. Unos meses más tarde, Martín Lutero, un monje agustino de Wittenberg, Alemania, se encontraba estudiando ese mismo texto, tratando desesperadamente de descubrir el significado del evangelio de la gracia de Dios. En todos estos sucesos, podemos escuchar la agonía de la Edad Media, y los dolores de parto del mundo moderno.

 

Остання зміна: вівторок 17 жовтня 2017 23:28 PM