Revista Historia Cristiana, Número 94

Compasión Contagiosa: Catalina de Siena 1347-1380

Por James D. Smith III y Kimberly Dawsey-Richardson

Las epidemias mortales y los traumas sociales rondan las noticias y ponen a prueba los límites de nuestra bondad y valentía. ¿Cómo deben responder los cristianos, cuando la misma iglesia está tan dividida? Quizás necesitamos a otra Catalina de Siena.


Estos son tiempos preocupantes: no podemos escapar de las noticias de la crisis mundial del SIDA, de la próxima pandemia de gripe, de la suerte de los presos políticos, del resurgimiento de la depuración étnica y el genocidio, y del fracaso de los líderes. La última fascinación del siglo por el progreso ha dado paso a anhelos de esperanza y de pertenencia.

La historiadora de Harvard Clarissa Atkinson ha observado, "Hoy, una conciencia sobre los peligros que parece que no podemos detener nos hace, en cierto modo, más como personas medievales que como nuestros propios bisabuelos." Si es así, puede ser que no haya mejor mentor para nosotros que la santa medieval y doctora de la Iglesia, Catalina de Siena. Ella vivió en la época de un miedo casi apocalíptico. La Peste Negra y las convulsiones institucionales de la Iglesia Católica provocaron el clamor de una población devastada. Catalina intervino valientemente más allá de sus propios miedos y de las convenciones sociales para sanar a los enfermos, decirle la verdad a la autoridad papal, y construir una red caracterizada por el diálogo y la reconciliación en el nombre de Cristo.


Educación Rebelde

Catalina Benincasa, nació en 1347, probablemente la 23ava de 25 hijos. De niña, ella era conocida por su ánimo insaciable y sus cabellos dorados. A los seis años de edad, mientras se dirigía a casa desde la iglesia con sus hermanos, tuvo una visión de Cristo sonriendo y bendiciéndola. El sentido de afirmación de que Dios la estaba llamando al ministerio fue poderoso y permanente.

Aunque su madre anhelaba una hija "normal", Catalina se negó a ser estereotipadamente femenina. En una ocasión, ella cortó su cabello frenéticamente en espera de ser rechazada por un pretendiente y ser tomada en serio por su familia. Ella estaba firmemente dedicada al llamado de Dios e incluso soñaba con unirse a un monasterio disfrazada como un chico. Ella no quería casarse o convertirse en monja, en vez de ello, anhelaba servir a Dios a su propia manera.

Después de mucha perseverancia, ella convenció a su familia para que la dejara unirse a la Tercera Orden de Santo Domingo a la edad de 16 años. Ella participó en las actividades devocionales de la comunidad (además de en sus propias disciplinas estrictas) mientras ella vivía en casa, principalmente en su habitación. Buscando la pureza, la humildad y la comunión con Dios, luchó durante tres años para obtener el dominio sobre su corazón y sobre los impulsos carnales. La suya fue una entrega total, con la palabra y el sacramento como fundamentos.

Estos tres años concluyeron con un fervoroso despertar hacia las necesidades del mundo exterior. Dios la llevó lejos de pensar que no podía ayudar a su prójimo sin perder la razón ("Solo quiero hacer el bien", pensó, "pero permite que sea a mi manera.") y él le dio una devoción que reflejaba las palabras de Jesús: "No se haga mi voluntad, sino la tuya". Posiblemente, la prueba suprema de su carácter cristiano fue su respuesta a la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad--la Muerte Negra--y sus secuelas.


"Ellos Morían por Centenares"

A mitad de los años 1330, había informes iniciales sobre una epidemia esparcida en China. Los comerciantes habían llevado la infección al Medio Oriente y a Europa. Sus contemporáneos la llamaron "La Gran Mortandad" y "La Muerte Negra" porque la piel de los enfermos solía quedar ennegrecida debido a las lesiones infectadas y a las hemorragias debajo de la piel. A medida que más de la mitad de la población local en muchas zonas moría, los sistemas sociales tradicionales dejaban de funcionar y las economías quedaban en situaciones de agitación. El temor y la depresión cubrieron la tierra. Un sobreviviente de Siena, describió la escena:

El padre abandonaba al niño, la esposa al esposo, un hermano a otro, porque esta enfermedad parecía atacar a través de la respiración y de la vista. ... Los miembros de una familia llevaban a sus muertos a una cuneta como mejor podían, sin sacerdote, sin oficios divinos ... y morían por centenares, tanto de día como de noche. ... Yo, Agnolo di Tura, el Gordo, enterré a mis cinco hijos con mis propias manos. Y hubo también quienes estaban tan escasamente cubiertos de tierra que los perros los arrastraban y devoraban muchos cadáveres a lo largo de toda la ciudad. No hubo nadie que llorara alguna muerte, porque todos esperaban la muerte. Y murieron tantos que todos creían que era el fin del mundo.

¿Cómo respondieron los sobrevivientes? El autor Florentino Boccaccio les ofrecía a los lectores un mundo escapista de denegación, de fantasía y de indulgencia. Otros implacablemente (a menudo religiosamente) les recordaban a las personas la inminente muerte en la literatura, en las artes visuales, en la danza, y a través de la flagelación penitencial. Todavía otros se volvían especuladores en una época de escasez económica y de malestar institucional.


Ministerio Inquebrantable

Catalina no tendría nada de esto. En vez de ello, se enfrentó a la cruda realidad y encontró esperanza en Dios como la realidad más grande de todas. El resultado fue la trayectoria de un ministerio valiente, compasivo y creativo. La devoción de Catalina hacia los enfermos fue tan contagiosa como la Peste misma, dibujando carismáticamente a otros para tocar vidas y transformar situaciones. En medio de la pobreza, del terror y del hedor, ella y su séquito difundieron el aroma de Cristo a través del servicio desinteresado.

Catalina decidió amar como Jesús amó en todas las circunstancias. Mientras tendía a una viuda con cáncer de mama cuya carne había sido devorada, por ejemplo, Catalina se encontraba abrumada por las náuseas debido al horrible olor. Por lo que se obligó a dirigir su rostro hacia la exudante úlcera abierta--piel sobre piel--reprendiéndose a sí misma, "Ah, pretendes aborrecer esta hermana, que ha sido redimida por la sangre del salvador, ¿lo haces--tú que podrías caer en la misma enfermedad o en una aún peor? ¡Mientras Dios viva no quedarás impune!" A pesar del horror de la enferma, ella no se retiraría hasta que el Espíritu hubiera conquistado la rebelión de su carne.

Mientras que muchos que ella tocó fueron superados por males físicos, otros lucharon con la injusticia y los males de una sociedad devastada. Uno de los presos, atrapados en las garras de un sistema plagado de rivalidad y de juegos de poder, buscó la compañía de Catalina momentos antes de su decapitación. "He tomado una cabeza en mis manos y he sido conmovida tan profundamente que mi corazón no lo puede comprender," le dijo a su confesor Raymond de Capua. "He esperado por él en el lugar de la ejecución ... llegó como un manso cordero y cuando me vio, comenzó a sonreír. Él me pidió que hiciera el signo de la cruz sobre él ... Extendí su cuello y me incliné hacia él, recordándole la sangre del Cordero. Sus labios sólo se mantenían murmurando 'Jesús' y 'Catalina', y todavía estaba murmurando cuando recibí su cabeza en mis manos ... mi alma descansó en paz y en tranquilidad, tan consciente de la fragancia de la sangre que no pude remover la sangre que había salpicado en mí".


Predicándole al Papa

La valentía y la compasión de Catalina también se derramaron en otras actividades, cambiando las opiniones de los papeles de la mujer en el proceso. Ella no estaba preocupada por dejar una marca como una mujer en el ministerio y estaba más consumida por el llamado de Cristo para que ella fuera una mujer que ministra. Como afirmó el Papa Pablo VI cuando nombró a Catalina una Doctora de la Iglesia, en 1970, el suyo fue un "carisma de exhortación." Ella creía que la comunicación propositiva y articulada era la clave para el cuidado personal y para la resolución de conflictos similares.

Fue Catalina quien le informó con valentía al Papa Gregorio XI sobre los "miembros podridos que se rebelan contra usted." Ella le ordenó marcharse de Aviñón, donde el papado se había convertido en un títere Francés y regresar a Roma: "Sea varonil y no temeroso. Responda a Dios, quien lo está llamando a tomar posesión del lugar del glorioso pastor, San Pedro, a quien usted representa. Restaure el corazón ardiente de caridad que ha perdido la Santa Iglesia: ella está pálida, porque los hombres inicuos han absorbido su sangre. ¡Venga, Padre!".

Esas exhortaciones hacia el papa eran una pequeña parte de la extensa correspondencia de Catalina. Sus casi 400 cartas sobrevivientes y otros escritos dan testimonio de su enorme influencia. Ella hacía preguntas que otros no se atrevían a externar, y exigía respuestas. Sus comunicaciones cultivaron la conciencia popular, consiguieron apoyo para el cambio, fomentaron la reconciliación y la sanidad, y unificaron a los cristianos en el servicio.


Vivir y Amar para Dios

El título de la obra más famosa de Catalina, El Diálogo, expresa el tema de su vida. Catalina buscaba activamente restaurar la integridad y encontrar el mejor resultado posible en cada situación--un ministerio hecho posible gracias a su rico y profundo diálogo con Dios. En El Diálogo, ella registra las conversaciones más íntimas entre el Señor y ella: "Tu amor debe ser sincero: Debes amar a tus vecinos con el mismo amor con el que me amas."

En el terrible caos de sus propias "Épocas Oscuras"--plagadas de peste, de cisma, de pobreza y de fragmentación --la voz de Catalina emergió con claridad y compasión. Su propia madre, quien previamente había frustrado los intentos de Catalina por vivir de manera no convencional para Dios, ingresó a la Tercera Orden Dominicana después de enviudar, y trabajó estrechamente con Catalina e imitó su vida. La vida de Catalina nos desafía en la actualidad, ya que ejemplifica el consejo de P. T. Forsyth: "Debes vivir con personas para conocer sus problemas y vivir con Dios para resolverlos".

James D. Smith III es profesor asociado de historia de la iglesia en el Seminario Bethel de San Diego y profesor en la universidad de San Diego. Kimberly Dawsey-Richardson es pastor asociado en Fletcher Hills Presbyterian en El Cajon, California.

 

Modifié le: mercredi 18 octobre 2017, 09:05