Revista Historia Cristiana, Número 35

Cruz y Espada: La Conquista Católica de América Latina

Por Pablo A. Deiros

La España que buscó conquista política también sirvió como un poderoso padrino de la religión Cristiana.


EN AMÉRICA CENTRAL Y EN AMÉRICA DEL SUR —una extensión dos veces tan grande como el territorio continental de Norteamérica—España y Portugal intentaron construir imperios. Conquistar un continente tan vasto parecía una tarea imposible. Sólo personas con grandes ambiciones podrían tener la firmeza de decisión y el empuje místico para hacer frente a tal desafío.

Los Españoles tenían ese tipo de firmeza y empuje místico. La España que buscó conquista política también sirvió como un poderoso padrino de la religión cristiana. Por consiguiente, la gran extensión que presenció crueldades de conquista y explotación (que todavía afectan a América Latina) también fue testigo de una fe heroica y de un fervor espiritual (los cuales siguen siendo la cuna de la religiosidad popular y de la cultura de estas tierras).

Por tanto, esta cuestión nos intriga: ¿Cómo podría una nación conquistar el Nuevo Mundo utilizando tanto la fe como la violencia, sin una aparente contradicción?


Las Cruzadas Continuaron

Las cruzadas contra el Islam, iniciadas en 1096, marcaron la primera vez que el pueblo medieval de Europa intentó actuar en conjunto en una causa Cristiana. Sin embargo, la mayoría de las Cruzadas terminaron en derrota, y las campañas del oriente fueron interrumpidas alrededor del año 1291.

Pero en las fronteras occidentales de la Cristiandad el conflicto con el poder Islámico continuó durante más de dos siglos. En la Península Ibérica—hogar de la España moderna y de Portugal—la batalla contra el Islam había iniciado en el siglo VIII y continuó hasta el siglo XV. Durante ocho largos siglos de lucha contra los Musulmanes, la tenacidad militar y el celo religioso se fusionaron.

Esta combinación de elementos—políticos y religiosos—hicieron posible la conquista de las Américas por parte de España. Un escritor lo describió de esta manera: "La unidad religiosa se convirtió en un programa político y la unidad nacional en una pasión religiosa".

John A. Mackay, en su obra titulada El Otro Cristo Español, agrega: "Los nuevos cruzados [mundiales] fueron alistados de caballeros y monjes que abarrotaron la península. Las almas de aquellos personajes clásicos se habían entremezclado en las largas guerras contra el Moro, . . . al grado que el resultado típico era un paladín ascético y un monje marcial. Había un monje en cada casco y un caballero en cada capucha".

Entonces con el mismo celo y espíritu demostrado en la península, estos combatientes fronterizos participaron en la cruzada en contra de los imperios indígenas de las Américas. Sojuzgar pueblos paganos era considerado el paso inicial necesario para su conversión. "¿Quién pone en duda que la pólvora en contra de los indios es incienso para Señor?" dijo alguien en el siglo XVI Español.


Carácter Fuerte

¿Cómo pudieron 180,000 exploradores y conquistadores españoles pasar alrededor de las costas de Groenlandia hasta el Cabo de Hornos a Oregón, explorar amplios sectores de ambas Américas, encontrar más de doscientos asentamientos, trasplantar físicamente a más de la mitad del Nuevo Mundo, su idioma, religión, costumbres sociales y las instituciones políticas? Estos logros sólo podían entenderse al comprender el complejo genio de aquellos que venían de la Península Ibérica.

Como un estudioso lo expresó, "Ellos trajeron la intensa conciencia Española sobre su dignidad como personas, su rápido reconocimiento de lo dramático y lo heroico, su agudo sentido del honor personal. Ardían en fuego con una creencia religiosa casi fanática en la misión y en la protección divina. . . . Y se asentaron en el Nuevo Mundo con una indiferencia imperial por las distancias, los peligros y las dificultades relativas, para las cuales el mundo moderno no tiene igual".

Los primeros que llegaron a la Nueva Inglaterra eran ciudadanos ordinarios. Los primeros que llegaron a la Nueva España, además de sacerdotes, eran generalmente soldados españoles conquistadores. Comprender a estos soldados/exploradores feroces es entender la naturaleza de la conquista.

Hernán Cortés y Francisco Pizarro lideraron pequeñas bandas de hombres contra los grandes imperios Azteca e Inca. Ellos pudieron realizar esta increíble proeza porque eran extraordinariamente valientes, ingeniosos, y religiosos. Estaban igualmente dispuestos a difundir el evangelio, conquistar nuevas tierras para su rey, y hacerse ricos. No tuvieron dificultades para combinar estos motivos sorprendentemente distintos.


El Amor y la Crueldad

Desde los primeros años de la conquista española, la acción en las Américas ha causado fuertes discusiones. La cuestión sigue siendo compleja.

Para algunos historiadores, la colonización española fue una empresa de pillaje, inflamada e inflada por el fanatismo religioso y la vanidad marcial. Otros estudiosos apuntan hacia las leyes humanitarias de las Antillas, la actitud misericordiosa de más de un conquistador, y particularmente al servicio desinteresado de muchos sacerdotes. Ellos tenían la intención de demostrar el carácter ilustrado de la conquista Española y el sistema colonial.

En definitiva, debemos reconocer en la herencia Española—y en la dinámica de las personas que la encarnaron—el espíritu de la guerra y de la compasión.


El Dr. Pablo A. Deiros es pastor de la Iglesia Bautista Central en Buenos Aires, Argentina, y director de estudios de posgrado en el Seminario Teológico Bautista Internacional de Buenos Aires.



Luces en la oscuridad

Por Justo L. González

Mientras los creyentes sinceros marcharon para subyugar a un continente, otros Cristianos tuvieron que oponerse a ellos.


FUE un de las épocas más sombrías de la historia del Cristianismo. En el nombre de Cristo, miles de personas fueron masacradas, millones de personas esclavizadas y civilizaciones enteras arrasadas.

Cuando los primeros Europeos se asentaron en la isla La Española, había unos 100,000 habitantes nativos de la isla. Medio siglo más tarde, había apenas 500. En México, en 75 años, la población disminuyó de más de 23 millones a 1,4 millones; en Perú, en 50 años, de 9 millones a 1,3 millones. La conquista militar, las nuevas enfermedades, la matanza insensata, los trabajos forzados, la mala nutrición, y los suicidios en masa contribuyeron a estas horribles estadísticas. Detrás de todo, como justificación última para la empresa, se encontraba el nombre de Cristo.

En el nombre de Cristo, los nativos fueron despojados de sus tierras por medio del Requerimiento. Este documento informaba a los propietarios nativos y a los gobernantes de estas tierras que el vicario de Cristo en la tierra había concedido esas tierras a la Corona de Castilla. Ellos podían aceptar y someterse a esto, o ser declarados sujetos rebeldes y ser destruidos por la fuerza de las armas.

En el nombre de Cristo, los nativos fueron despojados de su libertad por medio de las encomiendas. La corona encomendó a un conquistador español que enseñara los rudimentos de la fe cristiana a los nativos—a veces cientos de ellos—En cambio, los nativos tenían que trabajar para el conquistador—el encomendero. El sistema pronto se convirtió en una forma de esclavitud encubierta. Peor aún, algunos encomenderos dejaban a los nativos desnutridos y sobrecargados de trabajo, hasta el punto de la muerte.

Fue también en el nombre de Cristo que las mujeres nativas eran bautizadas antes de ser violadas o tomadas como concubinas en contra de su voluntad. Después de todo, San Pablo había dicho claramente: "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos".

Los exploradores y los conquistadores no eran hipócritas que fingían tener fe. Por el contrario, eran fieles sinceros. Colón mismo era algo místico. Hernán Cortés asistía a misa con regularidad—y especialmente antes de tomar una acción militar contra los nativos. La última acción de Francisco Pizarro, quizá el más cruel de los grandes conquistadores, fue dibujar una cruz con su sangre para que pudiera morir contemplándola.

Desde su perspectiva, ellos estaban sirviendo a Cristo llevando a millones de personas a la fe en él. Estaban sirviendo a la iglesia, ampliando sus límites como nunca antes. Si habían hecho sufrir a algunos, en el proceso, eso no era nada en comparación con los sufrimientos del infierno de los que habían sido salvados los nativos. Si quienes estaban trayendo tales grandes beneficios a estas tierras, en el proceso, se convertían en dueños de las tierras y de sus habitantes, eso no tenía que ocasionar molestia. Después de todo, "El obrero es digno de su salario".


Estalla la Protesta

Sin embargo, ese no era todo el panorama. Muchos, a causa de su fe y de su compromiso con Jesucristo, veían las cosas de manera distinta.

Entre ellos, los principales eran los Dominicos en la isla La Española. Su orden había sido fundada por Domingo (1170-1221), quien veía la pobreza voluntaria como un medio para hacer creíble su predicación sobre los frailes. Esta actitud, diferenciaba a sus seguidores, cuando los Albigenses, entre otros, fueron cruelmente obligados por la iglesia a retractarse de herejía. Ahora en la isla La Española, los descendientes espirituales Dominicanos habían llegado a la conclusión de que las crueles encomiendas frecuentes no eran los medios adecuados para llevar a los nativos a Cristo.

El 21 de diciembre de 1511, el Dominicano Antonio de Montesinos se subió al púlpito. Su texto fue Mateo 3:3, "una voz que clama en el desierto". Dijo que la conciencia de los encomenderos parecía ser tan estéril como un desierto. Pero incluso en el desierto, debía ser proclamada la voz de Dios:

"He subido a este púlpito para hacerles saber sus pecados, porque yo soy la voz de Cristo que clama en el desierto de esta isla, y por tanto, no deben escuchar con indiferencia, sino con todo su corazón y con todos sus sentidos. . . . Esta voz les dice que están en pecado mortal; que no sólo están en él, sino que viven en él y mueren en él, y esto a causa de la crueldad y de la tiranía que ejercen sobre estas personas inocentes.

"Díganme por favor, ¿con qué derecho libran sus odiosas guerras sobre las personas que habitaban en tranquilidad y paz sus propias tierras? [¿Con qué derecho ustedes] han destruido a innumerables nativos por medio de asesinatos y destrucción sin precedentes? ¿Por qué oprimen y explotan, sin siquiera darles lo suficiente para comer, o cuidar de ellos cuando enferman como resultado de su explotación? Mueren, o más bien, ustedes los matan, de manera que ustedes puedan extraer y obtener más y más oro cada día. . . .

"¿No son humanos ellos? ¿No tienen alma ellos? ¿No están ustedes obligados a amarlos como a vosotros mismos?, ¿Cómo pueden permanecer en ese profundo letargo moral? ¡Les aseguro que en su estado actual no pueden ser más salvos que los moros o los turcos quienes no tienen, e incluso rechazan la fe en Jesucristo!".

La audiencia de Montesinos estaba demasiado aturdida para celebrar la misa. Luego recuperaron el juicio y exigieron con enojo una retractación. Pero los encomenderos pronto aprendieron que el sermón de Montesinos había sido previamente revisado y firmado por los otros Dominicanos en La Española. Además, su vicario, Pedro de Córdoba, dio seguimiento al sermón de Montesinos con una acción brutal: todos los encomenderos serían excomulgados hasta que sus Indios fueran liberados.

Los encomenderos protestaron ante la corona. El rey Fernando se indignó. El 20 de marzo de 1512, escribió a Colón: "He visto el sermón al que se refieren . . . Y aunque él [Montesinos] siempre ha sido un predicador escandaloso, estoy muy sorprendido por lo que dijo, lo cual no tiene ninguna base en la teología, o en el canon o en el derecho civil, como todos los sabios lo declaran, y estoy de acuerdo".

Los Dominicos en la Española no se inmutaron. Su provincial (superior inmediato) en España les ordenó retractarse. Ellos se mantuvieron firmes. Finalmente, el asunto llegó a un debate ante el rey, y el propio Montesinos participó. Como resultado de ese debate, una comisión especial emitió siete principios para el tratamiento a los nativos, y estos principios se hicieron ley en diciembre de 1512.

Dada la codicia de los colonos y la dificultad de comunicarse a larga distancia, estas leyes nunca fueron obedecidas (o, como los españoles dijeron en su momento, fueron obedecidas y no cumplidas). Por lo tanto, la protesta continuó.


Extendiendo la Oposición

El dirigente más conocido en esta segunda etapa de la protesta fue Bartolomé de Las Casas, también Dominicano. Las Casas una vez poseyó una encomienda, pero había renunciado a ella para protestar contra los abusos del sistema. Vivió casi un siglo y viajó varias veces a través del Atlántico, yendo ante el tribunal real para abogar por la causa de los nativos. Intentó obtener nuevas leyes y resoluciones, y luego regresó a las colonias sólo para descubrir que los colonos habían encontrado nuevas formas de desobediencia y continuar su explotación a los nativos.

La fama de Las Casas ha eclipsado la de otros que adoptaron una postura similar. Décadas más tarde en Chile, por ejemplo, se levantó otro Dominicano, Gil González de San Nicolás. González declaró que cualquiera que librara una guerra contra los nativos (en este caso, los Araucanos del sur de Chile) con el fin de tomar sus tierras debería ser excomulgado y debía serle negada la confesión. Sus compatriotas Dominicanos coincidían con él, y los Franciscanos siguieron su ejemplo. Como resultado de ello, el esfuerzo de la guerra se resintió debido a la falta de soldados, y los Araucanos tuvieron un breve respiro. Finalmente, González fue silenciado a través de un subterfugio, siendo declarado hereje por un tema ajeno.

En Paraguay, cuando los colonos europeos dieron inicio a la invasión para capturar esclavos, los Jesuitas armaron a los Indios e incluso los organizaron en un ejército que ganó varias victorias importantes contra los cazadores de esclavos. Según un testigo, la actitud de estos jesuitas costó a la corona cuarenta millones de pesos—el impuesto debido en caso de que los colonos hubieran podido explotar las tierras y a los nativos.

Como resultado, según otro testigo, "[Los colonos] odian a los padres de la compañía [los Jesuitas], porque están convencidos de que son los Jesuitas quienes les impiden todo el beneficio que podrían obtener para sus granjas y asentamientos de [el trabajo de] los indios de Paraguay".

La lista podría prolongarse indefinidamente. Muchos de los primeros santos de América del sur (Luis Beltron, Toribio de Mogrovejo, Francisco Solano, así como cientos de figuras menos importantes destacaron por defender a los nativos. Más tarde, con la llegada de los esclavos negros, otra generación de santos salieron en su defensa: Pedro Claver y Martín de Porres, él mismo un mulato.

En España, la cuestión de los derechos de los nativos en las "Antillas" dio lugar a un intenso debate. En primer lugar, entre quienes participaron se encontraba Francisco de Vitoria, un profesor dominicano de la Universidad de Salamanca, quien defendió a los nativos como los legítimos propietarios de sus tierras y posesiones.


Luz en la Oscuridad

Se dice que Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano y el rey de España, debido a la preocupación acerca de los abusos de la conquista, consideraron abandonar la empresa Americana. Si bien el informe probablemente es exagerado, éste indica el impacto de esas voces de protesta. Sin duda, algunos nativos, disfrutaron de un breve respiro gracias a la labor de las "luces en la oscuridad".

Sin embargo la conquista continuó. Hasta este día los habitantes nativos de estas regiones siguen siendo explotados y despojados de sus tierras ancestrales. La protesta por el tratamiento de los nativos rara vez se tradujo en medidas concretas, excepto en áreas limitadas, por un corto tiempo.

Aun así, la luz brilló en la oscuridad. Es cierto que la explotación y la inmensa crueldad de la conquista fueron efectuadas en el nombre de Cristo, pero también es cierto que en el mismo Nombre ellos eligieron vivir en solidaridad con los explotados, e insistieron en sus denuncias, incluso ante reyes y prelados. Si bien es cierto que la iglesia Católica española generalmente aceptó y apoyó uno de los episodios más inhumanos de la historia, también es cierto que esto dio lugar a la protesta interna y a la autocrítica.

Los europeos protestantes más tarde lanzaron empresas coloniales similares en el Hemisferio Occidental. Fueron igualmente inhumanos con los nativos Americanos. En esas empresas, sin embargo, el nivel previo de protesta interna nunca fue el mismo.


El Dr. Justo L. González es profesor de teología en el Seminario Teológico de Columbia en Decatur, Georgia; y es miembro de la junta editorial asesora de Historia Cristiana. Entre sus numerosos libros, tanto en español como en inglés, se encuentra La Historia del Cristianismo (Harper & Row 1985).

 


Última modificación: martes, 31 de octubre de 2017, 11:00