¿Quién es el Número Uno? Por David Feddes

Si eres la mujer más perfecta del mundo, ¿cómo encuentras al hombre más perfecto del mundo? Aquí hay una manera: ¡publicitar! Publica un aviso de lo perfecta que eres y espera que el Sr. Perfecto vea tu anuncio y solicite tu aprobación. Aquí hay una cita de la sección "Estrictamente Personales" de la revista Nueva York:

Sorprendentemente Hermosa--Graduada de Ivy League. Juguetona, apasionada, perspicaz, elegante, brillante, articulada, de mente original, única en espíritu. Poseo un raro equilibrio entre belleza y profundidad, sofisticación y terrosidad, seriedad y amor por la diversión. Profesionalmente exitosa, perfectamente capaz de ser autosuficiente e independiente, pero no estaré realmente contenta hasta que nos encontremos ... Por favor, responde con una carta sustancial describiendo tu origen y quién eres. La foto es esencial.

Aparentemente, esta mujer lo tiene todo, excepto humildad, tal vez. ¿Pero quién sabe? Quizás ella incluso tenga eso. ¡Después de todo, ella posee "un raro equilibrio" entre todo lo demás, así que tal vez ella también posee "un raro equilibrio" de jactancia y humildad!

Me pregunto si su anuncio obtuvo algún resultado. ¿La señorita Sorprendentemente Hermosa y el Sr. Sorprendentemente Apuesto se encontraron? Tal vez sea así. Tal vez los dos ahora son miembros de su propia Sociedad de Admiración Mutua, y vivirán felices por siempre (o al menos hasta que él tenga aliento de ajo o la sombra para los ojos de ella se manche).

¿Por qué las personas que quieren una cita alardean tan descaradamente? ¿Realmente piensan que son tan buenos como dicen? ¿O simplemente están desesperados por convencer a otros--y a ellos mismos--de que valen la pena contar con ellos? Cualquiera que sea el caso, muchas personas que buscan una cita o una pareja no son tímidas para pregonar su propia gloria.

Si estás inclinado a burlarte de todo eso, déjame preguntarte esto: ¿alguna vez has solicitado un trabajo? Si es así, sospecho que has hecho tu parte por alardear. Cuando preparas un currículum o vas a una entrevista, es casi un requisito mostrar cuán calificado y seguro de ti mismo eres. Ocultas tus defectos y fallas, resaltas tus habilidades y logros, y te haces ver tan fabuloso que nadie podría resistirse a contratarte.

Puede que simplemente intentes venderte a otros para conseguir el trabajo, pero de nuevo, incluso puedes creer en tu propia propaganda. Si alguien más obtiene el puesto, no solo estás decepcionado, estás desconcertado. ¿Cómo es posible que otro ser humano supere tus propias calificaciones inigualables? ¿Cómo podría un simple mortal merecer el trabajo antes que tú?

El orgullo se muestra de varias maneras, dependiendo de quién eres y de cuál es tu situación. Los atletas alardean, hablan cosas sin sentido y se pavonean diciendo que son el número uno. La gente de negocios quiere una oficina más grande, un sueldo más alto, un automóvil más lujoso, un título más elevado, no tanto porque realmente necesiten algo de esto, sino como símbolos de estatus de lo importantes que son. Las adolescentes miden su superioridad ante las demás por medio de quién puede salir con la mayoría de los chicos o por medio de quién puede obtener al chico más popular. Mientras tanto, algunos muchachos están tratando de demostrar su estatus de semental por medio de la cantidad de chicas que pueden usar y luego abandonar. Muchas personas compran ropa, automóviles y casas, no según sus necesidades, sino según el éxito que les haga sentir y cómo los hará ver ante los ojos de los demás.

El orgullo impulsa mucho de lo que hacemos. Queremos impulsar nuestro ego y mejorar nuestra imagen. La mayoría de nosotros, lo admitamos o no, queremos ser el número uno. Queremos ser importantes. Queremos ser admirados. Queremos estar a cargo. Queremos que el mundo gire a nuestro alrededor. Tenemos una mentalidad de primero yo.

Redefiniendo la Grandeza

Incluso los amigos más cercanos de Jesucristo comenzaron con esa actitud. En Marcos 10, la Biblia cuenta cómo Santiago y Juan, dos hermanos que formaban parte del círculo íntimo de Jesús, vinieron a Jesús. "Maestro", dijeron, "querríamos que nos hagas lo que pidiéremos".

"¿Qué queréis que os haga?", preguntó.

Ellos respondieron, "Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda".

Ahora, estos hombres estaban felices de dejar que Jesús fuera el número uno: él podría tener la mejor posición y el mejor trono. Él podría estar a cargo--¡siempre y cuando hiciera lo que sea que ellos pidieran! La mayoría de nosotros somos felices de dejar que Jesús sea el Rey, y dejar que Dios sea Dios--siempre y cuando el Señor aleje sus instrucciones de nosotros y esté dispuesto, como Santiago y Juan lo expresan, a "hacer lo que pidiéremos".

Santiago y Juan querían que Jesús usara su estatus de número uno para convertirlos en el número uno sobre el resto de la humanidad. Estaban felices de dejar que Jesús tuviera el trono reservado para él, pero querían tronos a cada lado de él que los pusieran por encima de todos los demás. Querían los mejores lugares. ¿Quién se lo merecía más que ellos?

Pero Jesús tuvo una sorpresa para ellos. Él dijo: "No sabéis lo que pedís". Querían compartir el poder del Rey Jesús, pero no se daban cuenta de que el camino de Jesús hacia trono no era por decisión sino por servicio, no a través del poder sino a través de la debilidad, no a través del honor sino a través de la humillación, no a través del dominio sino a través del sufrimiento. Jesús les preguntó si podían pasar por las cosas por las que él estaba a punto de pasar.

"Podemos", respondieron.

Jesús dijo que de hecho pasarían por tales cosas. "Pero", agregó, "el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado".

Cuando los otros diez discípulos del círculo íntimo de Jesús oyeron lo que Santiago y Juan habían pedido, se indignaron. Todos estaban buscando las primeras posiciones para sí mismos, por lo que les molestó pensar que Santiago y Juan habían intentado llegar allí antes que ellos.

Entonces Jesús los llamó y los alineó. Él dijo: "Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10:42-45).

¿Quién es el número uno? ¿Quién es el primero? No el que dirige a todos, sino el siervo de todos. Ese es el camino que tomó Jesús. Él vino a la tierra, no para ser servido, sino para servir, no para obtener, sino para dar. No se desvió de su camino para ser admirado por todos; fue despreciado y rechazado. Él no buscó su propia vida; la dio como rescate por muchos.  

Jesús contradice casi todo en nuestro mundo de primero yo. La manera de actuar del mundo es jactarnos de nosotros mismos y mandar a otros cuando tenemos la oportunidad. La manera de Jesús es humillarnos y servir a los demás cada vez que tengamos oportunidad. La manera del mundo es cuidar de nuestros propios intereses. La manera de Jesús es cuidar de los intereses de los demás. La Biblia dice en Filipenses 2:3-9,

Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a  

él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.

                        Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre.

Si alguien tenía derecho a decir: "primero Yo", era Jesús. Él ya era el Hijo de Dios igual a su Padre, antes de que el mundo fuera creado. Pero él se hizo nada a sí mismo; se convirtió en un pequeño bebé, tomó la naturaleza de un siervo y se humilló hasta la vergonzosa muerte de la cruz. En el proceso, redefinió el significado de la grandeza. 

Problemas de Orgullo

El amor de Jesús y su servicio humilde es un gran contraste a la forma en la que tendemos a operar. Mucho de lo que hacemos está impulsado por el orgullo. El orgullo viene en todas las formas, tamaños y colores. La forma más obvia de orgullo es alardear. Ahí es cuando les decimos a los demás lo grandiosos que somos. Otra forma de orgullo es la presunción. Entonces es cuando nos decimos a nosotros mismos lo grandiosos que somos. Para muchos de nosotros, la jactancia y la vanidad van de la mano: nos decimos a nosotros mismos que somos grandiosos, y luego les decimos a los que nos rodean que somos grandiosos.

Otros de nosotros podemos jactarnos sin ser engreídos. En el fondo, nos sentimos inferiores, pero queremos que los demás piensen que somos superiores, así que nos jactamos. Cuanto más inseguros nos sentimos, más nos exhibimos y más nos jactamos. Intentamos convencer a los demás de que piensen mejor de nosotros de lo que realmente pensamos de nosotros mismos.

Por otro lado, también estamos aquellos que no alardeamos demasiado, somos lo suficientemente inteligentes como para saber que a las personas no les gustan los fanfarrones y los presumidos--pero aún somos presuntuosos. Creemos que somos superiores a los demás, pero en realidad no lo decimos

Pero si se trata de jactancia hacia el exterior o de presunción interna o de alguna combinación, el enfoque está en última instancia en mi: o en lo que otros piensan de mí, o en lo que yo pienso de mí. Este tipo de enfoque en mí mismo es la esencia del orgullo, y es la razón por la que ser humilde y servir a los demás no es algo natural para mí. Estoy demasiado ocupado concentrándome en mí mismo.

Tal vez conoces el mito griego sobre Narciso. Él estaba tan fascinado con su buena apariencia que no podía dejar de mirar su reflejo en un estanque. Quedó tan atrapado que se dio cuenta de que no podía desprenderse ni siquiera para comer, y finalmente se murió de hambre. Como lo dice un verso divertido,

            Había una vez un ninfo llamado Narciso

            Quien pensaba que era simplemente exquisito.

            Él miraba como un tonto su rostro en un estanque

            Y su locura todavía permanece hoy con nosotros.

Narcisismo--así se le dice cuando el mejor espectáculo que he visto es un espejo; cuando mis tres personas favoritas son yo, yo y yo.

Neal Plantinga, en su libro No es la Forma en Que se Supone que Sea, dice: "Una persona orgullosa piensa mucho en sí misma (narcisismo) y también piensa mucho sobre ella misma (presunción)." Él menciona una encuesta de estudiantes de varias naciones desarrolladas. En la encuesta, los estudiantes Estadounidenses tenían los puntajes más bajos en matemáticas, pero Estados Unidos también tenía el mayor porcentaje de estudiantes que piensan que ellos son buenos en matemáticas. En otras palabras, su confianza es mayor que su competencia.

El Dr. Plantinga también ofrece el comentario de que los profesores a menudo dejan las reuniones "sintiéndose menos iluminados por lo que escucharon que por lo que dijeron". Cuando las palabras más sabias que he escuchado son mías, o cuando la persona más amable que conozco soy yo, entonces podría tener una opinión exagerada de mí mismo.

El orgullo siempre ha existido, pero en estos días a menudo se le trata más como una virtud que como un vicio. A menudo escuchamos que lo que todos necesitamos es más confianza en nosotros mismos, autoafirmación, autorrealización, y autoestima. Incluso podemos escuchar algo de esto en nuestras iglesias. ¿Pero ese es realmente el mensaje principal de la Biblia? "Puedo verlo ahora", bromea un autor. "Jesús dijo gentilmente: ¡Ay de ustedes, pobres escribas y Fariseos! Buenos chicos--pero su autoestima es baja".

Ahora, me doy cuenta de que hay personas cuyos espíritus han sido aplastados, que han sido ridiculizados, degradados y heridos tan profundamente que se consideran a sí mismos casi como basura. Tienen poco sentido de la dignidad, de la personalidad y de las habilidades que Dios les ha dado. Una preocupación por estas personas frágiles y heridas es quizás lo que subyace a gran parte del énfasis en la autoestima.

Pero, ¿y el resto de nosotros? Muchos de nosotros nos enfocamos demasiado en nosotros mismos. Sobreestimamos nuestras habilidades y nuestras virtudes, y, como Santiago y Juan, estamos un poco ansiosos por ser el número uno. Puede haber algunos de ustedes para quienes el orgullo no sea el problema principal--tienden más a tener una sensación de inutilidad y desesperación--pero para muchos de nosotros, el orgullo es un problema mortal.

¿Qué hace que el orgullo sea tan mortal? Dos cosas principales. El primero es este: el orgullo mantiene a Dios fuera de nuestra vida. Cuando estamos llenos de nosotros mismos, no tenemos espacio para el Espíritu Santo de Dios. El orgullo nos hace sentir autosuficientes y autosatisfechos. Nos hace sentir que estamos bien sin Dios, o como que somos tan maravillosos que tenemos el derecho de esperar a que el Señor "haga lo que pidiéremos". Pero la Biblia dice repetidamente: "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes".

Una segunda cosa que hace que el orgullo sea tan mortal es que nos impide amarnos y servirnos los unos a los otros. La Biblia dice: "Servíos por amor los unos a los otros... os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros... No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros" (Gálatas 5:13, 15, 26). Jesús advierte en contra de abusar de los demás y de hacer algo grande de la posición que tenemos o de los títulos por los cuales las personas se dirigen a nosotros (Mateo 23:6-12), pero todavía nos gusta sentirnos un poco superiores a los demás, y nos gusta que ellos nos vean de esa manera. Como dijo un bromista: "El problema de tratar a otras personas como a tus iguales es que comienzan a tratarte de la misma manera". A menudo no nos gusta asociarnos con personas que creemos que están por debajo de nosotros, y no nos gusta hacer un trabajo que creemos que está por debajo de nosotros--incluso si es un trabajo que es necesario hacer para servir a los demás.

Volviéndose Humilde

Entonces, si el orgullo es un problema tan mortal, y si la humildad es tan necesaria, ¿cómo pasamos del orgullo a la humildad? ¿Cómo nos volvemos humildes? ¿Deberíamos trabajar para sentirnos lo más humildes posible? Eso podría ser contraproducente. Podríamos terminar orgullosos de lo humildes que somos.

Incluso en el proceso de preparación de este artículo y dando algunos ejemplos de orgullo, pensé para mí mismo: "Seguro es ridículo ser orgulloso como esas personas", y me sentí bastante orgulloso de no ser tan orgulloso como algunos. El hecho es, sin embargo, que en esos momentos de auto gratificación, probablemente me encontraba incluso más orgulloso que ellos, simplemente por sentirme presumido al considerar sus fallas. Es difícil hablar de humildad y ser humilde yo mismo. Es difícil señalar el orgullo de los demás sin inflar mi propio orgullo.

¿Ves el problema? La humildad es una virtud que es difícil de cultivar directamente. En el momento en que creo que la tengo, la he perdido. Creo que finalmente estoy aprendiendo a sentirme humilde, ¡y estoy orgulloso de ello! Es irónico, pero la obsesión por aprender a sentirse más humilde puede ser solo un síntoma más de orgullo. Me enfoco en cómo me siento, y en lo que siento sobre cómo me siento, y todo va bien--hasta que me río de todo el asunto narcisista y me doy cuenta de que la humildad no es solo un sentimiento. No es algo en lo que pueda meterme tratando de sentirme humilde.

La humildad solo aparece cuando encuentro a Jesús y mantengo mi enfoque en él. Algo que aprendo al conocer a Jesús es lo mucho que lo necesito, y eso me humilla. Cuando estoy ante la cruz de Cristo, veo con una claridad aterradora lo que merece mi pecado. En la cruz, veo lo que Dios piensa de mi pecado, y no es halagador. Esto aplasta mi arrogancia y mi sentido de superioridad.

Pero aunque la cruz rompa mi orgullo, no me desespera ni me hace sentir inútil. La cruz me muestra en términos claros lo que Dios piensa de mi pecado, pero también me muestra lo que Dios piensa de . Él odia mi pecado, pero me ama con un amor tan grande que no retuvo nada, ni siquiera a su propio Hijo. Jesús me ama lo suficiente como para morir por mí. Y frente a ese tipo de amor, no tengo que quedarme atrapado en el juego de tratar de descubrir qué tan bueno o qué tan importante soy. Dios me ama totalmente; Cristo mi Señor estaba dispuesto a ser esclavo e incluso a morir para satisfacer mis necesidades; y saber eso es suficiente para mí. Es vergonzoso que yo necesite que él haga eso por mí, pero también es emocionante y alentador que él estuviera dispuesto a hacer eso por mí.

¿Y en cuanto a hacer comparaciones con otros y sentirse superiores a ellos? Bueno, a la luz de la cruz, descubro que todas las comparaciones son superficiales y sin sentido. Claro, tal vez estoy un poco mejor en algún aspecto que tú, y tal vez tú eres un poco mejor en otro. ¿Y qué? Seguimos siendo iguales al ser pecadores que no alcanzan la gloria de Dios, y seguimos siendo iguales en el precio que el Señor Jesús pagó para rescatarnos de nuestros pecados. Si somos iguales en estos asuntos infinitamente importantes, ¿a quién le importa cómo nos comparamos con cosas menores? Estás no vienen al caso.

La muerte de Jesús nos reconcilia con Dios, y también nos reconcilia el uno con el otro. La cruz nos pone a todos en el mismo nivel, y nos mueve a servir a otros como Jesús nos sirvió. Ninguna persona está por debajo de nosotros. Ningún trabajo está por debajo de nosotros. Al igual que Jesús, simplemente hacemos lo que es necesario y ayudamos a quien necesite ayuda.

Ser verdaderamente humilde no es solo cuestión de tratar de sentirnos un poco menos presuntuosos. Es una cuestión de humillarme ante Jesús y aceptar su ayuda, y luego actuar como siervo de todos los que me rodean. Ahora, actuar como esclavo no es arrastrarse, ser un tapete, y sentirse inferior y sin valor. No, ser esclavo es ayudar a quien necesite ayuda y hacer lo que sea necesario, sin decir "¿Esta tarea no está por debajo de mi dignidad?" o "¿Debería una persona en mi posición hacer un trabajo tan humilde?" o "¿Qué hay para mí?" o "¿Voy a obtener algún crédito por esto?" Es increíble lo que podemos lograr si no nos importa quién reciba el crédito.

¿Está sucediendo algo de esto? Si incluso hombres como Santiago y Juan, dos de los amigos más cercanos a Jesús, tuvieron problemas de orgullo y quisieron ser los primeros, no te sorprendas al descubrir que estás infectado por la misma actitud pecaminosa del "primero yo ". Yo mismo tengo un largo camino por recorrer en este sentido. No me escuches porque soy un tipo grandioso y humilde. Más bien escucha a Jesús.

Jesús dice que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. ¿Lo crees? ¿Confías en el? ¿Te das cuenta que, debido a tu pecado y a tu debilidad, Jesús tuvo que hacer eso para traerte de vuelta a Dios? ¿Has llamado a Jesús para que te sirva y te salve? Eso espero. Pero si no, te pido que incluso ahora, pongas tu fe en este gran y humilde Salvador, y en su muerte y su resurrección a tu favor. Luego sigue al Líder. Sigue a Jesús. Mira hacia los intereses de los demás. Deja a un lado cualquier importancia que tengas--o que pienses que tienes. Sírveles a otros en amor. Y deja que Dios decida dónde perteneces en su escala de grandeza.

Preparado originalmente por David Feddes para Ministerios de Regreso a Dios Internacional. Usado con permiso.

 

Modifié le: mercredi 20 décembre 2017, 08:23